Una vela encendida y colocada en lo alto de una nube sustituyó al Sol el día en que éste se ocultó, acompañando así el dolor de las almas.
Los lazos que anudaron nuestras manos manchadas de negro, se tornaron blancos cuando elevamos nuestro único canto al cielo en señal de protesta.
Como si de una vieja y malvada nube se tratase, el odio que recorría las avenidas terminó por desaparecer, hecho jirones, revelando a los aturdidos espíritus el cielo azul profundo que había detrás.
Se han unido dos mundos: el de antes y el de a partir de ahora. Habitaremos los dos al tiempo mientras trabajamos para construir un tercer mundo, hasta ahora mal entendido, sin distinciones ni diferencias, un mundo donde el odio fanático es expulsado con la misma fuerza con la que se manifiesta la convivencia entre iguales.
Porque todos un día cometimos nuestros errores. Porque ahora nos comprendemos y comprendemos. Porque sabemos que somos iguales.
Y porque, a pesar de lo que puedan decir, nosotros inventamos el odio, y nosotros lo eliminaremos.