Hoy me he entretenido un poco al salir de clase y me he quedado solo. No me refiero a una soledad profunda del alma sino a que no tenía compañía para ir caminando hacia el metro. Lo cierto es que si vuelvo a casa en metro, y no en autobús, cada día es porque así aprovecho para pasar más tiempo con la gente.
En fin, que me he fijado en que el otoño se ha pasado las últimas dos semanas rodeando la zona en la que paso unas 6 horas al día y ha sido justo hoy cuando ha decidido salir de detrás de algún árbol y mostrarse a mis ojos (quizás cansado de mi poca habilidad para encontrarle).
Me habría parado a mirar los árboles de no ser porque iba solo y habría parecido muy extraño...si hubiera ido acompañado seguro que no me habría parado...
Decididamente, hoy había que volver a casa en autobús. En lo que tardaba en llegar a la parada me he parado a contemplar los árboles (no me he parado literalmente, pero como iba andando al lado de la carretera y los coches iban en sentido contrario al mío daba esa sensación). Cuando he llegado, paraba un autobús que me venía bien, pero iba demsiado lleno (oh, mira tú qué pena, otros diez minutos esperando...). Sí, diez minutos más mirando los árboles...
EL viaje ha ido bien: más árboles pero esta vez en movimiento.
Antes de llegar a mi parada he decidido que no quería llegar a mi parada, y me he bajado un par de ellas antes. Qué casualidad que, de camino a casa, había un mercadillo situado en un paseo con árboles.
Me he parado en algún puesto. Sobre todo se vendían bufandas. Me he fijado en los colores para ver si alguna me quedaría bien, pero me he dicho: a ti te quedaría bien una bufanda negra, que tu abrigo es gris - y me he contestado- ni de coña encuentro yo una bufanda negra... Pues bien, ha sido dar dos pasos y cruzarme con una chica con bufanda negra...
De vez en cuando hay que pararse a contemplar los árboles.