Nada tan terrenal como el auténtico desprecio que siento hacia ese silencio. El mismo sobre el cual he caminado yo mismo tantas veces. El que aparece cuando no hay absolutamente nada que decir. Nada interesante, supongo.
Nada tan bonito, frágil, efímero e irritantemente doloroso como darse de cabezazos contra un finísimo cristal en lugar de usar un muro impenetrable. Es desesperante ver cómo se cae en pedazos. Sin posibilidad de rectificación. Sin nada que recuerde cómo era.
Inútil o no, el esfuerzo hace al cuerpo un golpecito más viejo. Curiosa manera de acelerar el envejecimiento...
Escrito por Dorian a las 24 de Junio 2006 a las 02:38 AM