Cuando era niño no quería grandes cosas
no sé por qué era así, pero me conformaba con poco.
Crecí, y olvidé lo que sabía. Cuántas cosas se me ofrecían,
y yo no quería dejar pasar ninguna.
Quedé prendido de la necesidad de tener.
Poco a poco, fui madurando, adquirí otra perspectiva, y comencé a desechar muchas de mis necesidades, pues comprendí que en realidad no lo eran.
Pasaron los años y llegué a viejo. Y recordé cómo era de joven. Una sonrisa triste se dibuja en mi cara: todo lo que necesitaba, todo lo que quería, todo lo que tuve y lo que no...y ahora no queda nada de eso, nada sino yo mismo. Quizás es más fácil ahora que cargo muchos años sobre mis hombros y todo adquiere algo de sentido. Pero, ¿no es quizás un poco tarde? Nunca es tarde, dicen, y si he tenido que llegar a viejo para darme cuenta de que por encima del precio de todo lo que un día necesité, está el precio de no necesitar nada, al menos he descubierto esa verdad. ¿Es, entonces, esta la verdadera felicidad? Y qué hay de la felicidad de luchar por conseguir algo que se necesita...
Parece que ninguna verdad es absoluta, y creo que nunca comprenderé lo que preciso para ser feliz...aparte, claro está, de, simplemente, serlo.
Más que incompletas las denominaría con poco contenido.
¿Cómo se contesta una pregunta? ¿Con otra pregunta? ¿Con una duda?
Vamos, chaval, sé que puedes dar más de sí, exprímete el cerebro (o prueba a escribir a una hora más prudencial)