Hace tiempo que no me confieso por aquí. Quizás se deba a que no he tenido una paz interior lo suficientemente sospechosa como para hacerlo.
Me siento mal. He vuelto a ser víctima de mí mismo y mi asombrosa capacidad para bañarme en una hirviente indecisión sin abrasarme. Creo que ha dejado secuelas, no obstante.
Es difícil compaginar tantas contradicciones, sobre todo cuando éstas son tan fuertes.
Por un lado está el deber puro y duro, una suerte de decálogo que me obligo a cumplir en pro de mi honradez estudiantil y de mi ligeramente maltrecho expediente. Además he de aprovechar el momento de interés que me acoge para dedicarme más a fondo.
Por otro está la duda: ¿es todo eso más importante que defraudar a un amigo? No lo creo. Y tampoco es más importante que defraudarse a uno mismo, aunque parezca que me trae sin cuidado...
He tomado la decisión que me pedía el cuerpo, pero el regusto amargo que me ha quedado me preocupa.
Sé que no era un último tren, ni tampoco una respuesta a una remota llamada. Lo interpreto como un guiño, un gesto fugaz de tender la mano que me ha pillado en estado de cobarde agarrotamiento. No lo tomo como algo definitivo, pero temo que pueda tener repercusiones significativas. Porque a fin de cuentas, por mucho que mi orgullo me intente convencer de lo contrario, me importa y mucho esta relación.
En mi mano está probar que los resortes aún funcionan...("aún", qué mal suena siendo tan pronto como es).
En cualquier caso, espero que no llueva mucho y de paso salgan buenos dibujos.
Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra
(pero que no tire a dar, como decía Ismael Serrano...).
También es verdad
Escrito por Dorian a las 31 de Octubre 2005 a las 12:57 AM