Hoy diré, en defensa de la fantasía, que ya no quedan lugares como los que se inventaron los locos soñadores de siempre.
Aquellos y aquellas que un día decidieron no doblegarse ante la dictadura de la rutina, de lo convencional y lo aburrido. Aquellas personas que le plantaron cara a la violencia de la vida, y con su alada imaginación destaparon el jardín de las criaturas fantásticas para que salieran a recorrer nuestras noches de miedo.
De repente un día nos encontramos con que nuestros padres nos contaban historias de hadas y duendes, animales, bosques, malos y buenos, tesoros, mares, montes, castillos...
Para qué crear todas estas historias si no es para entretener y divertir a los demás; qué noble objetivo.
Hoy que estamos creciendo, quizás deberíamos recurrir otra vez a los contadores de historias, para aliviar así nuestra falta de añoranza de lo fantástico.
Quizás en muchos sitios terminen por ser olvidados, pero lo cierto es que hasta que no dejen de existir narradores, no desaparecerán las historias, y hasta que éstas no lo hagan nosotros seguiremos siendo capaces de sentirnos un poco más jóvenes.