Juntos no conocían la verdad de ser amados.
Sin embargo, a ambos les gustaba aquella sensación que sentían al abrir la ventana de una sola habitación para los dos. Dejando que el sol entrara en sus cuerpos como complemento de sus noches en vela. Como huéspedes de un reino infinito dispuesto a servirles en bandeja todos y cada uno de los minutos que les quedaban por delante.
Les bastaba la agradable convicción de saberse mutuamente comprendidos, tejiendo sus memorias sin un temblor de más.