Y cómo duele el momento,
cómo duele lo que vendrá...
pero cada vez encuentro más agujeros
luminosos por los que mirar.
Aqullos días de lluvia,
de nieve y de Sol,
y aquella risa en el viento
brillando, portando mi voz.
Y mi voz gritando
que nada es imposible
escalando muros muy altos
pero poco resistentes.
Y ahora, al final de lo que he vivido
sólo cuento con dos cosas:
las cartas que nunca escribí
y el resto, las que ya he escrito.
Siempre tenemos algo de que hablar porque no podemos conseguir aquello que pretendíamos que fuese importante, y que ahora nos duele porque sabemos que no lo era tanto.
¿Qué es eso de preguntar a los demás qué hacer? Nada mejor que ser autosuficientes...
Pero ocurre una cosa: la verdad duele. Somos egoístas por naturaleza, sí, pero además hay veces en que nos empeñamos en serlo por obligación.
Conviene recordar en qué ocasiones estamos acompañados y cuándo no estamos solos...
Es la luz azul del mar la que me guía hasta tus huellas
como un faro guía a un bote extraviado.
Es el viento de la noche quien sopla para que las velas mantengan su vigor,
para que mi rumbo, extraviado hace tiempo, continúe con su loco avance.
Romperé las olas con la quilla de mis sueños,
remaré con la fuerza de mis alas cuando la tempestad tronche los mástiles.
Y en medio de la calma, cuando el Sol baje a bañarse conmigo, escucharé al pájaro que me trae noticias sobre ti, que me dice que ni la risa de un niño dura para siempre...
A veces, la Luna baja a mi lado mientras ilumina las estrellas, y me hace reír y llorar con sus historias. Y justo antes de retirarse, cada una de las noches, me cuenta al oído ese secreto que nunca olvidaré...
Deja que entre el rayo de Sol para que se ilumine la entrada.
Que así podamos circular por los corredores sin miedo, sin preocuparnos de las sombras que habitan los rincones, llenando nuestra mirada con los matices y colores de la tarde, diciendo las cosas que importan en el momento en que despunta la noche, cuando todos los jóvenes del mundo empiezan a soñar y los viejos luchadores dibujan en su cara una sonrisa de sabiduría.
Esperar la llegada del día en que una rosa no crezca bajo nuestra mirada es valiente, pero más valor tiene vivir el tiempo que media entre ese momento y el que está aquí, ahora, sin la carga del miedo o la preocupación. Porque algún día todos vamos a ser algo común, albergue de la sabiduría inerte que no llegamos, no quisimos o no pudimos compartir.
Aquello que todos tenemos
pero que no a todos se permite aprovechar
bien por tiranía
bien por imbecilidad.
lo cierto es que, tristemente,
la maldad impera allá donde no reina...
Los que nacemos
aquí, entre iguales,
tenemos derecho a disfrutar
de aquello que nos corresponde,
y que unos creen poseer,
cuando, en realidad,
ella no se somete a nadie.
Se trata de la vida en esencia,
la vida para gozar:
es nuestra hermana más hermosa,
la llamamos libertad.
El hombre en el océano se disuelve como un grano de sal. Y el agua no lo sabe...
Pablo Neruda
Soy como un soldado que un día disparó al cielo y mató cien ángeles de un solo disparo...
... como la mala hierba que crece en la carretera y que es arrollada cada día por miles de coches porque nadie va a arrancarla.
Recorro un camino lejano en el tiempo, uno que se perdió cuando la última estrella de mi cielo quiso decirme adiós, y se marchó a brillar a otra parte.
Cada vez que se abre una puerta en la oscuridad, la luz que entra por ella me ciega, y antes de atravesarla, prefiero seguir durmiendo, por si acaso todo es un sueño.
Me muevo solo en medio de barrancos y desiertos, donde el viento sopla para la tierra, no para mí, donde las nubes ya no dan sombra.
Vagaré sin rumbo cierto durante cuarenta eternidades y luego, tras caer rendido en el despojo de mi alma, me quedaré dormido...
Despierto, salto de la cama y abro todas las ventanas del hogar para que el Sol, el viento y los pájaros en flor inunden las estancias.
Salgo a la calle, me cruzo con la gente mientras los árboles me tienden la mano.
Me quedo de pie en medio de una plaza, mirando al cielo, como si nunca hubiera llenado de aire puro mis pulmones.
Voy a comer, a reír, a charlar, entro en los cines y paseo por los parques. Camino por las aceras de todas las ciudades que no conozco y desgasto la piedra de la montaña.
Ahora corro por campos abarrotados de nada; vuelo por la tierra, que es mi cielo. Degusto el perfume de todas las flores que un día me inventé, y redescubro las que ya existen...
...ahora correspondo a la única vida que tengo
¿Cuánto vale tu alegría?
Piénsalo, pues vale mucho.
Vale tanto como para provocar la alegría en los demás.
Tanto como para que un niño que te mira se ponga a reír
y que un señor huraño tenga que bajar la mirada ante tí cuando te lo cruzas en el metro.
Tu alegría siempre vale lo mismo, aún cuando prescindes de ella.
Por eso, no olvides que toda la alegría que no utilices es alegría desaprovechada.
La alegría radica en las cosas pequeñas, empléala para grandes cosas.
Siento que necesito llorar, y no puedo.
Ayer perdí todas las lágrimas al no dejar caer ni una sola.
No soy capaz de mirarme en el espejo,
pues no quiero ver la sombra en que me he convertido.
Más allá, en algún lugar al que no sé volver, sigue brillando el Sol.
Por qué seguirá brillando, si yo ya no estoy allí...Será porque no me necesita
como le necesito yo a él; ya no aguanto el peso de la nada.
Seguro que la música sigue sonando, aunque yo no la oiga, aunque haya olvidado los días en que la escuchaba.
Miraré a través de los agujeros de la esperanza, por si acaso me encuentro allí al genio de los deseos, y me concede el de ver de nuevo el Sol.
Y si es así, cuando nos encontremos le pediré perdón, a él y a la música, y también a la risa, y la alegría...por todo el tiempo que he pasado ocultándome de ellos, y todo el que tardaré en aprender a entenderlos.
No sé si me perdonarán, espero que me acepten al menos, porque yo sin ellos soy nada...como una vida a medias.
¿Y si estuviera observando?
Ella me vería mirar.
¿Mirando su recuerdo?
Mirando, sin ver, nada más.
¿Qué pasaría si te llamara?
Acudiría, si aún me quiere llamar.
¿Si tuvieras que decir lo que escribiste?
Lo diría, pues ya es mucho tardar.
¿Y si algún día pudieras
echar el tiempo hacia atrás?
El tiempo era mi amigo,
y yo le fui a traicionar.
¿Por qué?
¿Es que tan malo es hablar?
¿Por qué?
Eso no deja de atormentar.
¿Porque un día no le dijiste...?
Porque un día pude decirle,
pero no le dije, en aquel lugar...
Aquello que tú callaste...
que la quiero, nada más.
En el fondo, estaba a gusto donde estaba.
Se sentía bien con ser quien era.
Quería a la gente que le rodeaba.
Y eso le bastaba para ser feliz.
Esta es la historia de un escritor que se quedó sin vida.
No pudo seguir escribiendo, pues sólo escribía sobre lo que vivía.
Viendo esto, intentó escribir sobre la vida de otros, pero no pudo: necesitaba su propia vida para llenar las hojas que aún le quedaban en blanco.
Buscó en los libros, en los lugares...en las personas, pero nada le devolvía su existencia.
Mucho tiempo pasó antes de que el escritor se atreviera a buscar en sí mismo.
Se miró en el espejo a la mañana siguiente. La vida habitaba de nuevo en él.
Al sentarse enfrente de las hojas en blanco vio su vida escrita en ellas.
Se vio a sí mismo escrbiéndola, sonrió...y vio a las hojas devolverle la sonrisa.