Señores del jurado, nada más que declarar. Me han vencido, espero mi condena con más tristeza que resignación. El valor se demora, como de costumbre. ¿Alguién compulsó su billete? Temo que ni siquiera esté en camino.
Esa debilidad...Ese vacío aderezado con rabia, con la sensación de no haber hecho bien las cosas. Y agotamiento, anímico sobre todo. Errores de cálculo, suposiciones erróneas (por definición), y la maltrecha voluntad en la cuneta.
Es otro día para recordar, dentro de un año quizás. Como el día que hoy recuerdo. Ese día que hoy me empaqueta un año entero y me lo regala envuelto en papel de periódico mojado. Ya no se lee lo que pone en las noticias, pero eso no significa que no ocurrieran.
Hoy me bebo los posos de mi particular vaso de amargura.
A su salud, señores.
Otra vez despierto en mitad de la noche. Otra vez vuelves a ponerme a prueba. Y te digo que no, que no puedo seguir aguantando. Que me encantaría que estuvieras aquí. Que quiero ordenar mis sentimientos para poder regalártelos. Aunque no sepa si los quieres o no. El miedo hace egoísta a la gente, y siempre hay quien paga por ello.
Pero no va a ser así. Al menos hasta dentro de un tiempo.
A veces pienso que me estoy equivocando. Que no es a ti a quien hablo, sino a tu reflejo. A él persigo, y cuanto más avanza más me aleja de ti. Si subes demasiado yo bajo hasta llegar al suelo. A lo mejor no lo soporto, pero fuiste tú quien me recordó que los condicionamientos no son buena guía.
Aún no puedo creer lo que escuché quella tarde, pero ¿por qué no va a ser cierto? Por qué no va a ser verdad que compartimos miedos y refugios, inseguridad, tristeza, alegrías y anhelos...Y todo descubierto con un café como único testigo.
Me encantaría darme otra oportunidad. Sé que tú lo harías, pero desconfío de mí mismo, a pesar de que me doy mi apoyo incondicional. Y sé que te volvería a invitar. Para un día de estos. Donde sea. Para poder permitirme soñar un poco más. Aunque los sueños se esfumen cuando estoy dormido.
Gracias, oh celestial imperfección, por venirme a visitar.
Gracias gracias gracias.
Enhorabuena, viejo fantasma, por haber sabido hundir tus raíces con tan poderosa perfección.
Grandioso halo de misterio.
Prestidigitador de marionetas: peleles ante tu grandeza, nos batimos en duelo contra los bufidos de tu gélida tormenta.
Escarcha que recubre el espíritu y congela el corazón.
Gracias por reabrir la herida, purga de los sentimientos.
Pequeño alfiler, cirujano de pulso firme y férrea determinación, no dejes que cicatrice el tejido enfermo, no no no.
Y sobre todo, no olvides volver el año que viene cantando tu lúgubre canción de navidad
Y entonces, hermanos, llegó la cosa. Oh, qué celestial felicidad. Estaba totalmente nago mirando el techo, la golová sobre las rucas, encima de la almohada, los glasos cerrados, la rota abierta en éxtasis, slusando esas gratas sonoridades. Oh, era suntuoso, y la suntuosidad hecha carne. Los trombones crujían como láminas de oro bajo mi cama, y detrás de mi golová las trompetas lanzaban lenguas de plata, y al lado de la puerta los timbales me asaltaban las tripas y brotaban otra vez como un trueno de caramelo. Oh, era una maravilla de maravillas. Y entonces, como un ave de hilos entretejidos del más raro metal celeste, o un vino de plata que flotaba en una nave del espacio, perdida toda gravedad, llegó el solo de violín imponiéndose a las otras cuerdas, y alzó como una jaula de seda alrededor de mi cama. Aquí entraron la flauta y el oboe, como gusanos platinados, en el espeso tejido de plata y oro. Yo volaba poseído por mi propio éxtasis, oh hermanos. Pe y eme en el dormitorio, al lado, habían aprendido ahora a no clopar la pared quejándose de lo que ellos llamaban ruido. Yo les había enseñado. Ahora tomaban píldoras para dormir. Tal vez advertidos de la alegría que yo obtenía de mi música nocturna, ya las habían tomado. Mientras slusaba, los glasos firmemente cerrados en el éxtasis que era mejor que cualquier Bogo de synthemesco, entreví maravillosas imágenes...
[...]
A la mañana siguiente me desperté oh a las ocho oh oh horas, hermanos míos, y seguía cansado, gastado, abrumado y deprimido, y tenía los glasos cerrados de sueño verdadero y joroschó, de modo que pensé no ir a la escuela...
La naranja mecánica,
Anthony Burgess